Periodismo según Polosecki
Exposición de Fabián Polosecki en el II Festival Latinoamericano de Video, Rosario; 7, 8, 9 y 10 de septiembre de 1994. Mesa “Video y roles de trabajo”: Eduardo Milewicz, Ricardo Pipino y Fabián Polosecki.
Lo que caracteriza a nuestro trabajo, además de cierta improvisación, es el aspecto que tiene de producción independiente. Aclarar esto me parece interesante porque creo que sería bueno saber de qué hablamos cuando definimos a una producción como independiente. Independiente de los canales, es decir, lo único que nos ata a nosotros que hacemos El otro lado con el medio es simplemente el producto de artística que sale al aire. No tenemos pantalla asegurada, no somos dueños ni estamos dentro de la estructura del emisor, que es el canal, ni tampoco estamos dentro de la estructura de negociación televisiva, de comercialización, ni publicidad, ni chivos, ni nada por el estilo. Es decir, nos hacemos cargo de los 45 minutos de artística que tiene nuestro programa y con eso tratamos de tener nuestro espacio de expresión.
Nuestro trabajo es un poco hijo de la improvisación, en el sentido que no hay pautas marcadas teóricamente, y mucho menos respecto de mi labor en particular, que es fundamentalmente la de entrevistador, si bien también soy el productor del programa. Digo esto porque, de alguna manera, personalmente fui descubriendo una relación con el medio, con la cámara en particular, desde el primer momento en que tuve la posibilidad. De hecho, cuando a mí me toman una prueba en el programa de Pettinato para hacer una entrevista, era la primera vez que me ponía ante una cámara y, presa del terror, me quedé callado ante el entrevistado. El entrevistado habló, habló bien, y ahí me di cuenta de que la cosa podía no ser tan complicada. Pero en eso creo que se resume lo que sería mi técnica de entrevistador. Esto no significa que yo podía seguir haciendo mi laburo teniendo nada más que esa premisa: el miedo ante la cámara y dejar que el hombre hable y yo me quede callado. Sino que, con el tiempo, fui pensando algunas cosas que se ocurrían en el momento de entrevistar, de hacer el programa, y me parece que se dan algunas cosas interesantes cuando uno sale con una cámara a la calle.
Creo que así como hasta el mismo presidente, cuando va a almorzar con Mirtha Legrand y está contando un acuerdo con determinada empresa, se cuida de mencionarla porque tiene miedo de hacer un chivo y pide perdón si dice una marca. Es decir, internalizó un código televisivo a tal punto que supera su propia autoridad. La cámara impone una autoridad, un “deber hacer”. Me parece que en nuestra experiencia tratamos de romper eso. Creo que cuando se saca una cámara a la calle hay una conducta previsible de quien está delante de la cámara que puede ser la de simplemente saludar, mandar un beso, la de mentir muchas veces en el sentido de tomar una actitud, una determinada forma de hablar, hilvanar un discurso, que me parece que si existe algún otro lado al que hace referencia ese equívoco título que tiene nuestro programa, es buscar lo no esperable. Tanto en la actitud de la cámara hacia la gente como para, justamente, poder romper esa actitud previsible de la gente ante la cámara. Y esto no es simplemente obra y gracia de la fortuna, pero sí de la voluntad en el sentido que es una apuesta de producción.
Concretamente, para tener editados 50 minutos podemos llegar a grabar seis horas o más de material por programa. Esto implica que para quizás 8 o 10 minutos de entrevista, nosotros tengamos que grabar más de una hora de material. Esto implica entonces que nosotros no vamos con el apuro de obtener del entrevistado el material rápido que a nosotros nos permita hacer el programa fácil y barato. Existe una cuestión de actitud, en el sentido que la cámara registra un momento, más que una entrevista, y entonces ese momento implica que pueda ser extendido en el tiempo. Yo no creo que nuestro programa sea “más real” que un noticiero que va, pone la cámara, pregunta rápido y se va. Es otro tipo de técnica. Nosotros estamos con una persona que quizás está contando cosas que nunca contó en su vida y que quizás nunca se dijo a sí mismo ; y sin embargo nosotros ponemos luces, somos como seis personas delante del entrevistado. Invadimos el lugar del entrevistado con luces, con cámaras, con micrófonos, hay cuatro cambios de puntos de cámara durante la entrevista, esto implica interrumpir, detenerse, discutir entre nosotros, corregir, tener problemas permanentemente con los micrófonos. Entonces, en algún sentido, nuestro programa es más mentiroso que cualquiera porque aun así, aún con esa invasión de la televisión en un lugar concreto, aparentemente parece reproducir un lugar de realidad, o de sinceridad en el sentido que las personas empiezan a hablar de sí mismas y no a través de un discurso que anteponen ante las cámaras.
Lo que quiero explicar es que en nuestro programa estamos haciendo una suerte de antiperiodismo, si se quiere. Desde la elección misma del perfil del personaje, que vendría a ser yo, como una especie de buscador de historias o entrevistador sin demasiados motivos concretos para que cumpla ese rol, que es (aunque muchas veces ni yo mismo me acuerde) el de un guionista de historietas. Esta es una elección muy determinante en el sentido de evitar cualquier punto de contacto con el rigor periodístico. Creo que nuestro programa se ha convertido en una especie de aventuras culturales por las calles de Buenos Aires y eventualmente, algún viajecito, como hemos hecho alguno a Rosario, en busca de mostrar lo extraordinario de la cotidianeidad. En algún sentido, a mí me da la impresión que la actualidad es enemiga de nuestro programa. Un ejemplo, cuando nosotros queríamos hacer un programa en un cuartel sobre la conscripción, matan al soldado Carrasco. Estamos justo en medio de las tratativas y, a partir de lo sucedido, inmediatamente se cierran las puertas del cuartel.

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