Chris Marker sobre los volcanes

En algunos lugares, los gases salían tan calientes que hacían brillar los bloques de roca. En contacto con el aire, las sales precipitadas por el enfriamiento se convertían en polvo coloreado y enyesaban las piedras. El termopar, que permite medir temperaturas por encima del punto de fusión del vidrio, indicaba 1.010° ​​centígrados. En cuanto a la radiactividad, el contador Geiger dejó saber que era insignificante.

A unos pasos del lago, el calor aún era casi imperceptible. La superficie lo irradiaba perpendicularmente. Sólo se sentía cuando uno se acercaba al borde, pero luego se volvía rápidamente intolerable. La primera imagen de este momento soñado desde hace 10 años fue la de dos fotógrafos vulcanólogos que parecían defender a las avispas. ¡Pero las avispas invisibles son gotas de lava a 1100°!

El proverbio ruso dice: «Si almuerzas con el diablo, trae cucharas largas». Para tomar muestras de lava para el análisis petrográfico, Camille Tulpin estaba equipado como un saltador de pértiga. A la hora del golpe de lanza en la carne del dragón, se expuso al calor insoportable del lago, trajo de vuelta a la orilla un trozo de pulpa ardiente y se dispuso de nuevo a atacar.

El lago cambiaba continuamente de aspecto. Su actividad siguió un ciclo irregular pero ordenado. La piel de elefante, que yacía sobre él durante la fase tranquila del ciclo, se resquebrajó con grandes grietas rojas. Entonces la mezcla comenzó a hervir. Grandes burbujas de lava fundida reventaron el caparazón ya endurecido. Las corrientes fluían. Estallaron fuentes donde se juntaron varias burbujas, y los fragmentos de piel ennegrecida fueron desgarrados, succionados, tragados por las corrientes, y todo el lago se hundió en el pánico.

Para permanecer mucho tiempo al lado de la cabecera de este delirio, era necesario ponerse la ropa termoaislante de los laminadores, ropa de aluminio que refleja el calor irradiado en más del 90% y protegerse la mirada con una máscara de oro, oro real, que es transparente en láminas delgadas.

En base a la fuerza de la necesidad, lo maravilloso se instala. En el simple ejercicio de su profesión, los geólogos y físicos habían asumido, además, la apariencia de personajes de Julio Verne y Gustave Doré. Si el vulcanólogo-caballero parecía ahora en esta decoración diabólica un personaje de El Bosco, quizá se debía a que las armaduras de El Bosco estaban hechas para reflejar el 90% del calor de la atmósfera. Han pasado siete años desde aquel primer descenso al Niragongo. Siete años durante los cuales el volcán se encontró nuevamente prohibido. Ya no debido a los mitos, los vetos administrativos o los elementos hostiles, sino a su propia situación. Niragongo está en el Congo y en el Congo hubo una guerra civil. Durante estos 7 años, la vulcanología se ha equipado, ha afilado sus armas. Se han desarrollado nuevos métodos. Los instrumentos de medición han mejorado. Se ha reforzado y aligerado el equipo de protección. Los cascos antichoque, fabricados en fibra de vidrio, permiten aventurarse con un mínimo de riesgo bajo un bombardeo volcánico medio y permanecer ahí el tiempo suficiente para realizar, in situ, de forma inmediata, la operación fundamental de análisis de los gases. Pronto la mayoría de los fenómenos eruptivos del planeta estarán al alcance de los instrumentos humanos. Y no sólo del planeta, hay volcanes en la Luna. Con sus armaduras y sus aparatos, los vulcanólogos acabaron encontrando un pequeño parecido familiar con los cosmonautas. Y es que las principales líneas de la curiosidad contemporánea tienden a confluir, a marcar el nivel de un nuevo descubrimiento del mundo. La ciencia y la tecnología han sido sucesivamente la promesa de todas las curaciones y de todas las destrucciones. Ahora las cosas van un poco mejor. Nos acercamos a una nueva fase: la de una mirada más libre hacia las fuerzas elementales, la de la razón apasionada. Imagen en la que dejamos a nuestros vulcanólogos. Es quizás, de hecho, la de la primera expedición a un planeta descubierto y no conquistado, cuestionado y no colonizado. Un planeta entendido. Y mientras avanza hacia un nuevo cráter, en la neblina azul de Marte, los nativos les dicen «Yassiva mágica», lo que como todos saben significa en marciano «¡No hay volcanes prohibidos!».

Traducción del francés de Francisco Algarín Navarro.

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